viernes, 2 de marzo de 2007

Amor y hambre


Los amantes no tienen hambre, mejor dicho, no tienen el tipo de hambre que pasa de manera prioritaria por la cocina. La sofisticación en este caso se busca por otros derroteros.
Vivo en un país de hambres ancestrales y son frecuentes las leyendas donde la comida es uno de los protagonistas sino el principal. Recuerdo que me contaron hace ya tiempo que tal pareja (no sé si aún vive) pasaron la luna de miel encerrados a cal y canto en la habitación de su propia casa. Se enclaustraron en el tálamo junto a una abundante provisión de pan, jamón y vino. Y allí estuvieron hasta que dejaron los jamones en el hueso, evaporaron el vino y roído hasta la última migaja el pan seco y duro. Del vínculo creado por la larga noche de bodas nació la leyenda de la solidez de su amor, de su capacidad de holgar y comer hasta la extenuación y tres hijos acomplejados para el resto de sus vidas por las tempranas y públicas proezas de sus progenitores.