viernes, 12 de enero de 2007

Azul y alba




Iba de azul y alba. Yo nunca le vi, y ya nunca le veré. El juego ancestral de sangre y arena se diluye en una dócil y correcta muerte en la cama. Las tardes familiares de sol y sangre en la plaza tienen fecha de caducidad. Muere casi en silencio el último circo romano.


La fiesta hecha de papeles coloreados pegados en puntas de acero se quiebra y con ella, su danza de cautelosa geometría triangular, los cuadrados plantes como de figuras de cera y el dominio lento y pausado de sus elaborados arabescos.


De todos los ritos y tradiciones acumulados durante siglos de fiesta, me quedo con la sensación, siempre presente, de que algo grande puede ocurrir en la plaza en cualquier momento. Que alguna vez ocurrió, lo saben los adictos, tardes de inolvidable conjunción de intereses entre público, toros y torero desde donde forjar el milagro de unas faenas que alimentaban su propio mito y recuerdo.